lunes, 23 de marzo de 2009

Y así empezó todo... (2ª Parte)

(Empieza por el principio: Ir al índice)

Todo se iba al infierno. Todo. La fuerza de asalto rebelde estaba vapuleando a la inadecuada flota defensiva de la capital; los anticuados generadores de la pantalla de energía con la que ésta había sido equipada rechinaban por el esfuerzo; y ahora informaban de que un equipo de operaciones especiales rebelde había penetrado en el complejo.

Ya era tiempo, pensó el moff Kentor Sarne, de coger las maletas y marcharse.

-Mantengan todas las defensas -ordenó mientras bajaba del estrado que ocupaba en la sala de situación y se dirigía hacia la puerta-. Y refuercen la seguridad en torno a todos los centros operacionales clave. Quiero que el equipo rebelde sea encontrado y neutralizado.

-Sí, señor -dijo el capitán al mando sin apenas apartar la vista de las pantallas de información para acatar la orden. Era un oficial imperial bastante competente, poco imaginativo, pero leal. Casi era una lástima dejarlo atrás. Pero, en fin, alguien de confianza debía seguir luchando hasta la muerte. 0 cuando menos hasta la destrucción de la capital y de cualquier módulo del Guardián Oscuro que Sarne no hubiera podido llevarse antes de partir. Los Rebeldes ya conocían rumores, y Sarne no tenía intención de dejarles poner las manos sobre los artefactos en sí.

Cuatro de sus guardias personales esperaban tras la puerta de la sala de situación, junto a los dos soldados de servicio. «Ustedes dos», dijo señalando a dos de los guardias, «vayan al ordenador de la base de datos principal. Orden omega cinco, y cuidado con los rebeldes. Después nos encontraremos en el Ambición».

-Entendido, señor -dijo uno de los guardias mientras ambos se alejaban a paso ligero.

-Los demás, síganme -ordenó Sarne volviéndose hacia sus habitaciones- Ustedes también, soldados -añadió haciéndoles una señal. El mercado estaba saturado de fieles oficiales del Imperio; pero los soldados de asalto escaseaban. No eran un lujo que un hombre en su posición pudiese derrochar.

Otros dos guardias personales flanqueaban el acceso a sus habitaciones. «Abran», les ordenó, «y después, vengan conmigo».

La ruta de escape estaba oculta tras una librería que llegaba hasta el techo, en la pared junto a su cama. «Saquen de ahí esas cajas de tarjetas de información», ordenó a sus guardias. «No intenten ser ordenados. Ustedes dos, soldados, cojan ese cofre».

Un minuto después la librería estaba vacía y su contenido desparramado por el suelo. Accionando un mecanismo oculto, Sarne abrió la pared y encendió las luces del túnel. «No hagan ruido», advirtió mientras dos de los guardias se adelantaban.

«Los demás, síganme».

La entrada resultaba estrecha, en particular para el cofre que portaban los dos soldados, pero luego el túnel se ensanchaba un poco. Aun así, era decididamente claustrofóbico, y Sarne sentía que el corazón se le aceleraba a medida que se aproximaban al lateral que llevaba a la puerta secreta de su oficina. Si los rebeldes habían detectado su ruta de escape personal, podían haber montado una emboscada... Pero nadie disparó ni saltó sobre ellos al pasar junto al túnel lateral; y por delante no había más que un pasillo vacío hasta el hangar subterráneo donde les esperaba el crucero Ambición.

Dispuesto y equipado, tripulado por los mejores y más fieles hombres y oficiales, cargado con toda la tecnología del Guardián Oscuro que habían podido arrumbar en tan poco tiempo.

-¡Señor! -susurró uno los guardias a su espalda-, oigo a alguien detrás de nosotros.

-En posición de defensa -susurró Sanie a su vez, mirando a su alrededor. Nada más que la lisa pared del túnel en todo el camino hacia el hangar. Ningún sitio a donde ir. Ningún sitio donde esconderse.

Pero quizás pudiera hacer algo al respecto. Los soldados habían depositado el cofre y se habían unido a los cuatro guardias en la defensa de la retaguardia. Sarne pulsó la combinación y levantó la tapa.

Durante unos instantes revolvió furiosamente el contenido, rebuscando entre los módulos de brillantes colores el que realmente quería. ¿Ese tetraedro rojo? No, no tenía el tamaño correcto. ¿Eso? No, eso era una pirámide de base cuadrada, no un tetraedro. ¿Aquél? Sí, aquél era. Sarne lo sacó del cofre, sintiendo el habitual cosquilleo en las yemas de los dedos, en cierto modo preguntándose si aquello era buena idea. El primer experimento con ese módulo del Guardián Oscuro en concreto había ido particularmente mal: destruyó parte del laberinto de túneles defensivos que atravesaban el subsuelo alrededor del complejo gubernamental, y de paso mató a dos de sus hombres. Quizás debería seguir adelante y simplemente confiar en que sus guardias mantendrían a raya a los rebeldes el tiempo suficiente como para facilitar la huida.

No. Era mejor intentar de nuevo con el módulo, aquí, donde realmente no le preocupaban los daños colaterales. Por otra parle, si dejaba que los guardias y los soldados se las arreglasen con los rebeldes, tendría que abandonar el cofre con ellos. Él solo seguramente no podría cargarlo durante el resto del camino. Los guardias y soldados de asalto habían adoptado una típica posición defensiva en tres filas de a dos, sentado, rodilla en tierra, y de pie, con los rifles bláster apuntando en la dirección de donde habían venido y enfilando la larga curva del pasillo.

Otro de los módulos del cofre llamó la atención de Sarne: un sólido trapezoidal de color verde oscuro, que ya había probado con éxito. Lo introdujo en su guerrera, cerró el cofre y retrocedió unos pasos pasillo adelante. Sostuvo el tetraedro rojo con el brazo completamente estirado, apuntando su vértice pasillo atrás, hacia la espalda de sus guardias. Se agarró el brazo y presionó la base.

Y de repente una brillante llama verdeazulada surgió del vértice.

Sarne se mordió la lengua cuando un golpe de calor inundó su mano, y tuvo que luchar contra el impulso reflejo de saltar hacia atrás, lejos del fuego. Eso habían hecho sus dos hombres, y el movimiento había llevado el mismísimo infierno justo sobre ellos. En vez de eso. Él permaneció en su sitio sosteniendo firmemente el tetraedro mientras la bola de fuego se expandía hacia arriba, hacia abajo y a ambos lados, llenando el pasillo y formando una pared de fuego de un metro de ancho. Hubo una súbita cascada de chispas blancoamarillentas cuando el borde de la llama llegó hasta el techo; un instante después el suelo y las paredes ardían de igual forma, y la llama se abría paso a través de ellos.

El cosquilleo en sus dedos desapareció, y también el brillante color rojo del módulo, que dio paso al negro. Agolado, o gastado, o lo que fuese que les pasara siempre a esos cacharros después de un solo uso. Los técnicos habían estudiado cerca de un centenar, y hasta ahora nadie había encontrado la forma de recargarlos. Ni siquiera habían averiguado qué los hacía funcionar aquella única vez.

Ahora, con mucho cuidado. Sarne intentó dar un paso atrás. El truco funcionó: con el módulo descargado, la pared de fuego permanecía allí, devorando inexorablemente el blindaje de diez centímetros como un soplete rebanaría una cubierta de plástico. La llama ardía a través del metal, y un olor a tierra quemada inundó el pasillo.

Y entonces, tan repentinamente como había aparecido, la llama tembló y se fue. Sarne dio ahora un paso adelante y miró el hueco de un metro de ancho en paredes, suelo y techo. Magnífico: ahora había bastante espacio a cada lado para que dos hombres disparasen a cubierto. «Vengan acá», llamó en voz baja. «Todos, vengan aquí atrás».

En pocos segundos los cuatro guardias estaban apostados y protegidos en sus nuevos puestos de tirador. «Mantenedlos a raya», les ordenó Sarne. «Soldados, coged el cofre y seguidme». Pero era demasiado tarde. Antes de que los soldados se echaran los rifles bláster al hombro y tomaran las asas del cofre, los perseguidores aparecieron por la lejana curva del pasillo. Eran cuatro, tres hombres y una mujer, vestidos con mono de camuflaje y portando armas y equipo de combate.

Rebeldes.

-¡Fuego! -espetó Sarne- ¡Deténganlos!

La orden era innecesaria. Pero también era demasiado tarde. Mostrando evidente desprecio por su pellejo, los dos rebeldes que abrían camino se detuvieron a descubierto en mitad del túnel, levantaron sus bláster haciendo puntería con ambas manos y dispararon. Para cuando los guardias devolvían el fuego, los relámpagos del bláster se estrellaban y rebotaban a lo largo de las paredes blindadas.

Y dos de los guardias gemían y saltaban de su cobertura parcial para caer inertes a la trinchera excavada a sus pies por el fuego.

Sarne soltó un sucio juramento y se sacó de la guerrera el modulo del Guardián Oscuro. Los otros dos guardias seguían disparando, pero los golpes que sus compañeros muertos les habían dado en su agonía les hicieron perder puntería y sus disparos fueron lejos del enemigo. Lo bastante cerca para amedrentar a un contrincante normal, sin duda, pero este enemigo no parecía normal. Eran rebeldes locos, decididos a capturar al moff imperial del sector.

Y a menos que Sarne hiciera algo rápidamente, iban a conseguirlo.

Los soldados habían soltado el cofre y puesto rodilla en tierra, tratando de embrazar sus rifles bláster antes de que los rebeldes cambiasen la dirección de sus disparos. Al hacerlo dejaban descubierto a Sarne, pero por una vez eso era exactamente lo que quería. Apuntó el módulo del Guardián Oscuro en dirección a los rebeldes y presionó la base. Una niebla pálida y misteriosa salió disparada, emanando del extremo como un imposible híbrido de humo de leña y el haz cónico de una vara de luz. El borde de la corriente pasó sin tocar los improvisados puestos de tirador ni a los soldados apostados y se ensanchó hasta llenar todo el túnel. Se extendió a velocidad de vértigo hacia el final del pasillo.

E instantánea y satisfactoriamente, los bláster rebeldes enmudecieron. En una especie de misteriosa cámara lenta, los rebeldes trastabillaron y fueron a caer boca abajo, yaciendo crispados sobre el suelo del túnel. Sarne siguió apretando el módulo; quizás, si lograse retorcer lo suficiente sus mentes, podría matarlos...

La corriente cesó y el trapezoide se volvió negro. Sarne lo arrojó al suelo con una maldición «Vamos», ordenó a sus hombres.

-¿Y ésos? -preguntó uno de los guardias haciendo un gesto hacia los rebeldes que yacían inermes en la densa niebla.

-Déjenlos -espetó el moff, señalando impaciente hacia el cofre. Estaría bien incinerar a los rebeldes allí mismo, pero perderían un tiempo que Sarne no estaba seguro de tener. Allá en la órbita del planeta las fuerzas de la Rebelión daban cuenta de su flota. Cuanto más tardase en escapar, menos flota quedaría que llevarse.

Además podían venir más rebeldes tras el primer lote. Mejor no tocar el campo retuercementes; que se metieran ellos dentro. «Recojan el cofre y muévanse».

No hay comentarios:

Publicar un comentario